Las
nubes. ¡Qué cosas tan asombrosas! Enormes masas de agua flotando en el cielo y
aportando una estética a veces horrorosa y a veces maravillosa al paisaje que
nuestros ojos perciben. Cada cual con su forma cambiante, con su contraste de
blancos y grises…
Me
impacta la capacidad que tienen las nubes para entretener al ser humano. Es
bien sabido que una forma de descanso, de pereza, de no querer hacer nada, de
tener que trabajar y no querer hacerlo, de “echarse la modorra”, es mirando a
las nubes.
¡Cómo nos
entretenemos con ellas! Mirando y opinando sobre las figuras que forman,
pensando de donde vendrán y a donde irán, recorriendo con la vista toda su
superficie, desde la parte más oscura hasta el casi transparente vapor que se
observa en su contorno, comparándola con la estela que dejan los aviones al
rasgar el manto azul que constituye el cielo…
Escribiendo
esto, he comprobado el grado de absurdez al que puedo llegar. Es decir, ¡he
escrito todo eso sobre las nubes! Está claro que cuando uno está en las nubes y
no sabe qué escribir, puede salir de todo. Cosas sin sentido alguno, pero de
todo. Esta entrada ha salido del cielo. A mí me gusta, sobre todo porque no he
tenido que pensar.
La
verdad es que ahora que lo leo, creo que si me esmerase, podría sacar un buen
artículo sobre las nubes. Pero claro, sería un artículo en el que no creo en lo
que digo para nada, un artículo lleno de pistos, de lanzamientos desde la
líneas de tres. ¿Es eso lo que hacen los columnistas de los periódicos? ¿Es eso
lo que hacen los alumnos de D. Javier en sus blogs de filosofía? Pues igual sí,
pero bueno, voy a dejar de escribir que estoy demasiado empanado.
Juan R.
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