Hace
unos meses, vino a clase el primo de un compañero nuestro, que había estudiado
en Retamar y que luego se fue a Estado Unidos. Nos contó que él siempre había
sido un estudiante brillante y que siempre había querido ser el mejor en lo que
respecta a lo académico. Y, de hecho, era el mejor; sacaba unas notas
espectaculares y tenía una pasión por saber que no tenía nadie.
Sin
embargo, explicó que estas notas y esta pasión por saber, siempre las quiso
para mejorar su “status” (como lo llamaba él). Es decir, quería buenas notas
para entrar en las mejores universidades, o para ganar concursos y premios o
para que dijeran de él que era un crack. Cuando se fue a EEUU, estuvo en un
colegio de mucho prestigio. “Tú vas con la gorra de ese colegio por la calle y
la gente te mira con respeto”, comentaba. Y esto a él le gustaba mucho. Sin
embargo, tras un tiempo allí, se paró a pensar y se dijo a sí mismo, “Y, todo
lo que gane, el dinero, el status, ¿con quién lo voy a compartir?”. Se había
dado cuenta de que sí, podía llegar muy alto en la vida, pero le faltaba amor, amistad,
lo cual es lo único que nos llena de verdad en la vida. En la práctica, es
indudable que el hombre busca la felicidad, y este chaval se dio cuenta de que
esta felicidad no te la da el status ni el dinero, sino la amistad y el amor.
Suena
muy cursi, pero esto es totalmente veraz. Podemos sacar muy buena media, entrar
en la mejor universidad, ganar olimpiadas, sacar mejor nota que el de al lado,
pero, si no tenemos amigos, y amigos de verdad con los que tenemos un trato
frecuente, todo lo demás no sirve de nada. Hacer todo eso está muy bien, pero
sin amistad, no vamos a ninguna parte en este mundo. Mucho más importante que
las notas es el trato con la gente, con todo el mundo.
Juan R.
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