Cuando
nos hacemos una cuenta de tuenti, o de facebook, una de las cosas que tenemos
que hacer es poner un tick aceptando
la política de privacidad, que dice que lo que pongamos nuestra cuenta es
público. Veamos el siguiente ejemplo. Hace poco salió una noticia de diecinueve
chavales a los que habían expulsado de su colegio por colgar fotos de sus
profesores en tuenti. La pregunta es, ¿deberían quejarse los alumnos de
que no tienen derecho a coger esas
fotos y utilizarlas en su contra? No, no se pueden quejar, ya que ellos, al
firmar las condiciones han dicho que no les importa que lo que pongan ahí pueda
ser visto por cualquiera. Otro ejemplo es el de una empleada a quien echaron
del trabajo por colgar una foto en facebook con una jarra de cerveza. Una vez
más, nos hacemos la pregunta, ¿se debería quejar de que utilicen esas fotos en
su contra? ¿se debería quejar de que hayan atentado contra su intimidad? La
respuestas es obvia: no. Independientemente de que no sea muy justo que le
echen sólo por eso, esas fotos son para todo el mundo; ella ha aceptado que las
pueda ver quien quiera.
Supongo
que la mayoría de vosotros habréis visto Buscando
a Nemo. Bueno, pues hay una escena muy divertida en la que Dori, el pez
azul, le dice al padre de Nemo que le siga porque que ella sabe donde está el
bote que se ha llevado a su hijo nemo. Este le sigue, pero al cabo de un rato,
Dori se enfada, se da la vuelta y le dice que por qué le sigue. Dori tiene
pérdidas de memoria a corto plazo.
Todo
esto, sirve para explicar por qué no nos deberíamos quejar del BI. A nosotros
se nos dió la oportunidad de estar o de no estar. Fuimos nosotros los que
decidimos entrar, sabiendo todo lo que ello conllevaba. De hecho, hasta se nos
dejó abandonar en los primeros meses. Pasa como con lo del tuenti y facebook:
no nos podemos quejar porque nosotros dijimos que sí a todo esto. Y, por
supuesto, hayamos la analogía perfecta en esa escena de Buscando a Nemo: parece que somos Dori, parece que tenemos pérdidas
de memoria a corto plazo. Es decir, decimos “¡Machácame!” y, luego, cuando nos
machacan, decimos, “¿Pero qué haces? ¿Por qué me machacas?”.
Esto no
pretende, ni mucho menos, desanimar a nadie. Simplemente nos tenemos que dar
cuenta de que hay que apechugar un poquito y cumplir con lo que decimos. Aunque
esto sólo lo entenderán los que estuvieron en clase de filosofía el otro día,
¡hay que seguir el ejemplo de Ferre! Esforcémonos por una recompensa mayor.
Carlos
T. y Juan R.
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